En español

Antigua Literatura Monástica (7) (Ισπανικά, Spanish)

4 Σεπτεμβρίου 2009

Antigua Literatura Monástica (7) (Ισπανικά, Spanish)

Continuación de la (6)

II.

Cómo se debe celebrar la sinaxis y reunir a los hermanos para escuchar la palabra de Dios, según los preceptos de los ancianos y la doctrina de las Sagradas Escrituras.

Los hermanos deben ser liberados de los errores de sus almas y glorificar a Dios en la luz de los vivientes (Sal 55). Es necesario que sepan cómo deben vivir en la casa de Dios, sin caídas ni escándalos. No debe embriagarlos ninguna pasión, por el contrario, han de permanecer en las normas de la verdad, fieles a las tradiciones de los apóstoles y de los profetas. Observen las reglas de las solemnidades, tomando por modelo de la casa de Dios la sociedad de los apóstoles y de los profetas, celebrando los ayunos y las oraciones habituales. En efecto, los que desempeñan bien el servicio siguen la regla de la Escrituras.

He aquí el servicio que deben prestar los ministros de la Iglesia.

Leer más…

Congreguen a los hermanos a la hora de la oración, y hagan todo lo que las reglas prevén. De este modo, no darán ninguna ocasión de recriminación y no permitirán a nadie que se comporte de manera contraria al ceremonial.

Si se les pide un libro, lo darán.

Si, a la tarde, alguno llega de afuera y no se presenta para recibir el trabajo que deberá hacer al día siguiente, que se lo asignen por la mañana.

Cuando se termine la tarea asignada se advertirá al superior y seguidamente se hará lo que determine.

Cuide el ecónomo de que no se pierda ningún objeto en el monasterio, en ninguno de los oficios que ejercen los hermanos. Si se pierde o se destruye algo por negligencia, el padre del monasterio reprenderá al responsable de ese servicio, quien a su vez, reprenderá a aquel que perdió el objeto en cuestión, pero esto solamente por voluntad y determinación del superior, porque sin su orden, nadie tendrá la potestad de reprender a un hermano.

Si se encuentra un vestido expuesto al sol durante tres días, el que tiene a su uso esa prenda será reprendido, hará penitencia pública en la sinaxis y permanecerá de pie en el refectorio.

(…) Si alguien pierde una piel de cabra, o calzado, o un cinto, u otro efecto, será reprendido.

Si alguno tomó un objeto que no está a su uso, se lo pondrán sobre la espalda, hará penitencia públicamente en la sinaxis y permanecerá de pie en el refectorio.

Si se encuentra a alguno que está haciendo cualquier cosa con murmuración o se opone a la orden del superior, será reprendido según la medida de su pecado.

Si se constata que un hermano miente u odia a alguien, o se comprueba que es desobediente, que se entrega a las chanzas más de lo conveniente, que es perezoso, que tiene palabras duras o el hábito de murmurar de sus hermanos o de los extraños – cosas todas absolutamente contrarias a la regla de las Escrituras y a la disciplina monástica -, el padre del monasterio lo juzgará y castigará según la gravedad y la índole del pecado que ha cometido.

Cuando se haya perdido un objeto en el camino, en los campos o en el monasterio, el jefe de la casa será responsable de la falta y sometido a reprimenda si durante tres días no lo advirtió al padre del monasterio. Hará pública penitencia según la forma establecida.

Si un hermano huye y su prepósito no avisa al padre del monasterio sino después de tres horas, se considerará al prepósito como culpable de su pérdida, a menos que lo encuentre. Este será el castigo que sufrirá el que haya perdido a uno de los hermanos de su casa: durante tres días hará penitencia públicamente. Pero si previno al padre del monasterio en cuanto se fugó el hermano, no será responsable de ello.

Si un prepósito, habiendo constatado una falta en su casa, no amonestó al culpable y no se lo advirtió al padre del monasterio, será sometido él mismo a la reprimenda prevista.

Por la tarde, en cada casa se rezarán las seis oraciones y los seis salmos, según el rito de la gran sinaxis que todos los hermanos celebran en común.

Los prepósitos darán dos conferencias cada semana.

Que nadie en la casa haga cosa alguna sin orden del prepósito.

Si todos los hermanos de una misma casa constatan que su prepósito es muy negligente, que reprende a los hermanos con dureza, excediendo la medida observada en el monasterio, lo dirán al padre del monasterio que lo reprenderá.

En principio, el prepósito no hará sino lo que el padre del monasterio ha ordenado, sobre todo en el dominio de las innovaciones, porque, para los asuntos habituales, se atendrá a las reglas del monasterio.

Que el prepósito no se embriague (Ef 5;18).

Que no se siente en los lugares más humildes, cerca de donde se ponen los útiles del monasterio.

Que no rompa los vínculos que Dios creó en el cielo para que sean respetados sobre la tierra.

Que no esté lúgubre en la fiesta del Señor que salva.

Que domine su carne según la norma de los santos (Rom 8:13).

Que no se lo encuentre en los asientos más honorables, como es habitual entre los

gentiles (Lc 14:8).

Que su fe sea sin doblez.

Que no siga los pensamientos de su corazón sino la ley de Dios.

Que no se oponga a las autoridades superiores con espíritu orgulloso (Rom 13:2).

No se encolerice ni se impaciente con los que son más débiles.

Que no traspase los límites (Dt 27:17).

Que no alimente en su espíritu pensamientos dolosos.

Que no descuide el pecado de su alma.

Que no se deje vencer por la lujuria de la carne (Gal 5:19).

Que no camine en la desidia.

Que no se apresure a pronunciar palabras ociosas (Mt 12:36).

Que no ponga lazos a los pies del ciego (Lev 19:14).

Que no enseñe a su alma la voluptuosidad.

Que no se deje disipar por la risa de los tontos o por las chanzas.

Que no deje que se adueñen de su corazón los que profieren palabras lisonjeras y

almibaradas.

Que no se deje ganar por regalos (Ex 23:8).

Que no se deje seducir por la palabra de los niños.

Que no se aflija en la prueba (2 Cor 4:8).

Que no tema la muerte, sino a Dios (Mt 10:28).

Que el temor de un peligro inminente no le haga pecar.

Que no abandone la verdadera luz por un poco de comida.

Que no sea vacilante ni indeciso en sus acciones.

Que no sea versátil en su lenguaje; que sus decisiones sean firmes y fundadas; que sea justo, circunspecto, que juzgue según la verdad sin buscar su gloria, que se muestre delante de Dios y de los hombres tal como es, alejado de todo fraude.

Que no ignore la conducta de los santos y no sea como ciego ante la ciencia de ellos.

Que a nadie dañe por orgullo.

Que no se deje arrastrar por la concupiscencia de los ojos.

Que no lo domine el ardor de los vicios.

Que nunca siga de largo ante la verdad.

Que odie la injusticia.

Que no haga acepción de personas en sus juicios, por causa de los regalos que le pudieren dar.

Que no condene por orgullo a un inocente.

Que no se divierta con los niños.

Que no abandone la verdad bajo el imperio del temor.

Que no coma el pan que haya obtenido por engaño.

Que no codicie la tierra ajena.

Que no ejerza presión sobre un alma para despojar a otras.

Que no mire por encima del hombro al que tiene necesidad de misericordia.

Que no dé falso testimonio, seducido por la ganancia (Ex 20:16).

Que no mienta por orgullo.

Que no sostenga nada que sea contrario a la verdad por exaltación de su corazón.

Que no abandone la justicia por cansancio, que no pierda su alma por respeto humano.

Que no fije su atención en los manjares de una mesa suntuosa (Eclo 40:29).

Que no desee hermosos vestidos.

Que no descuide el consultar a los ancianos para poder discernir siempre sus pensamientos.

Que no se embriague con vino, que junte la humildad con la verdad.

Que cuando juzgue siga los preceptos de los ancianos y la ley de Dios, predicada en el mundo entero.

Si el jefe de casa viola uno de estos preceptos, se usará con él la medida que él usó (Mt 7:2) y será retribuido según sus obras, porque cometió adulterio con el leño y con la piedra (Jn 3:9), porque el fulgor del oro y el brillo de la plata lo hicieron abandonar su deber de administrar justicia, y el deseo de una ganancia temporal lo hizo caer en la trampa de los impíos.

Que a tal hombre le alcance el castigo de Helí y de su descendencia (Samuel 4:8), la maldición que Doeg (Sal 51) imploró contra David; que lleve el signo con el que fue marcado Caín (Gen 4:15), que tenga por sepultura lo que es digna de un asno, como dice Jeremías (22:19), que por perdición merezca la de los pecadores a los que, abriéndose, tragó la tierra; que se quiebre como cántaro en la fuente de aguas (Ecle 12:6), que sea golpeado como las arenas de la costa batidas por la olas salobres, que se parta como el cetro dominador del que habla Isaías (14:5) y que quede ciego, obligado a tantear las paredes con la mano (Is 59:10).

Que todas estas calamidades le sobrevengan si no observa la verdad en sus juicios y obra con iniquidad en todo aquello que constituye la carga que recibió.

III.

La plenitud de la ley es la caridad; para nosotros que sabemos en qué tiempos vivimos, es la hora de arrancarnos del sueño; la salud está mucho más cerca de nosotros que cuando comenzamos a creer. La noche está avanzada, el día, próximo, despojémonos de las obras de las tinieblas (Rom 13:10-20) que son las discusiones, las murmuraciones, los odios y la soberbia que infla el corazón (Gal 5:20).

Si un hermano, rápido para difamar y decir lo que no es verdad es sorprendido en flagrante delito, se lo advertirá dos veces. Si rehusa con menosprecio escuchar las observaciones, será separado de la comunidad de los hermanos durante siete días y no tendrá más comida que pan y agua hasta que se comprometa formalmente a abandonar su vicio y lo pruebe (por su conducta), entonces se lo perdonará.

Si un hermano colérico y violento se enoja a menudo sin motivo y por cosas sin importancia alguna, será reprendido seis veces. A la séptima se le mandará levantarse del lugar en que se sienta y se lo instalará entre los últimos. Así aprenderá a purificarse de este desorden del alma. Cuando pueda presentar tres testigos seguros que prometan en su nombre que no volverá a hacer nada parecido, recobrará su puesto. Pero si persevera en el vicio, que permanezca entre los últimos. Entonces habrá perdido su rango anterior.

Aquel que desee imputar algo falso a otro para oprimir a un inocente, recibirá tres advertencias, después será considerado culpable de pecado, ya esté entre los más encumbrados o entre los más humildes.

El que tenga el detestable vicio de engañar a sus hermanos con la palabra y de pervertir a las almas simples, será advertido tres veces; si da pruebas de menosprecio, obstinándose y perseverando en la dureza de su corazón, se lo pondrá aparte fuera del monasterio y se lo vapuleará con varas delante de la puerta. Después se le llevará por comida, tan sólo pan y agua, hasta que se purifique de sus manchas.

Si un hermano tiene el hábito de murmurar o de lamentarse, con el pretexto de que está agobiado bajo el peso de una pesada carga, se le mostrará hasta cinco veces que murmura sin razón y se le hará ver claramente la realidad. Si después de esto desobedece, y si se trata de un adulto, se lo considerará enfermo y se lo instalará en la enfermería, allí comerá como un desocupado hasta que vuelva a la realidad.

Pero si sus lamentos son justificados y ha sido oprimido con maldad por un superior, éste, que lo ha inducido a pecar, será sometido al mismo castigo.

Si alguno es desobediente, porfiado, contradictor o mentiroso, si es un adulto, será advertido diez veces que se deshaga de sus vicios. Si no quiere escuchar, será reprendido según las reglas del monasterio. Pero si cae en sus pecados por la falta de otro y si esto es debidamente comprobado, el culpable será el que fue causa del pecado de su hermano.

Si un hermano está aficionado a reír o a jugar libremente con los niños; si mantiene amistad con los más jóvenes, será advertido tres veces que debe romper esos lazos y recordar el decoro y el temor de Dios. Si no abandona tal comportamiento, se lo corregirá como merece, con el más severo castigo.

Los que menosprecian los preceptos de los ancianos y las reglas del monasterio (que han sido establecidas por orden de Dios), y los que hacen poco caso de los avisos de los ancianos, serán castigados según la forma establecida hasta que se corrijan.

Si el que juzga respecto de todos los pecados, abandona la verdad con perversidad de espíritu o por negligencia, veinte, diez o aún cinco hombres santos y temerosos de Dios, acreditados por el testimonio de todos los hermanos, se sentarán para juzgarlo y lo degradarán; le asignarán el último lugar hasta que se enmiende.

El que inquieta el corazón de los hermanos y tiene palabra pronta para sembrar discordias y querellas, será advertido diez veces, si no se enmienda será castigado según la regla del monasterio hasta que se corrija.

Si un superior o un prepósito, viendo a uno de sus hermanos en la prueba, rehusa buscar la causa y lo menosprecia, los jueces susodichos pondrán en claro el asunto entre el hermano y el prepósito. Si descubren que el hermano ha sido oprimido por la negligencia o la soberbia del prepósito y que éste toma sus decisiones no según la verdad sino según las personas, lo degradarán de su rango por no haber tenido en cuenta la verdad sino las personas y por haberse hecho esclavo de la vileza de su corazón antes que del juicio de Dios.

Si alguien prometió guardar las reglas del monasterio, comenzó a practicarlas y después las abandonó para volver enseguida a ellas, arrepentido, pretextando que la debilidad de su cuerpo le impidió cumplir lo que había prometido, se lo colocará entre los hermanos enfermos, hasta que cumpla lo que prometió, después de haber hecho penitencia.

Si, en la casa, los niños se entregan a los juegos y a la ociosidad sin que los castigos puedan corregirlos, el prepósito mismo deberá amonestarlos y castigarlos durante treinta días. Si constata que perseveran en sus malas disposiciones y descubre en ellos algún pecado pero no previene al padre del monasterio, él mismo, en su lugar, será sometido a un castigo proporcional al pecado que descubrió.

El que juzga injustamente será castigado por los otros a causa de su injusticia.

Si uno, dos o tres hermanos han sido escandalizados por alguna cosa y dejan su casa pero vuelven después en seguida, se indagará qué los ha escandalizado y cuando se haya descubierto al culpable se lo corregirá según las reglas del monasterio.

El que se hace cómplice de los que pecan y defiende a un hermano que ha cometido cualquier falta, será maldecido por Dios y por los hombres y castigado con una corrección severísima. Si se ha dejado sorprender por ignorancia sin pensar que obraba de veras de ese modo, será perdonado.

En principio, todos los que pecan por ignorancia obtendrán fácilmente el perdón, pero el que peca con conocimiento de causa será sometido a un castigo proporcional a su acción.

IV.

El jefe de la casa y su segundo deberán tejer veinticinco brazadas de hojas de palmera para que todos los demás ajusten sus trabajos sobre sus ejemplos. Si ellos están ausentes en ese momento, el que los reemplace se aplicará a cumplir esta medida de trabajo.

Que los hermanos vayan a la sinaxis después de haber sido convocados; antes de la señal, nadie saldrá de su celda. Si alguno transgrede estas prescripciones recibirá la reprimenda habitual.

Que no se fuerce a los hermanos a trabajar más; que una tarea justamente medida estimule a todos en el trabajo; y la paz y la concordia reine entre ellos; que se sometan de buen grado a los superiores ya estén sentados, caminando o de pie en sus lugares y, juntos, rivalicen en la humildad.

En presencia de cualquier pecado los padres de los monasterios podrán y deberán reprenderlo y fijar la corrección que merezca.

El jefe de la casa y su segundo solamente tendrán el derecho de obligar a los hermanos a someterse a la penitencia (por los pecados particulares), en la sinaxis de la casa, y en la gran sinaxis, es decir la que celebran todos los hermanos.

Si un prepósito ha partido de viaje, su segundo ocupará su lugar para recibir las penitencias de los hermanos como para todo lo que es necesario en la casa.

Si en ausencia del prepósito y de su segundo alguno va a otra casa, a lo de un hermano de otra casa, para pedir que se le preste un libro o cualquier otro objeto, y si tal cosa se prueba, será reprendido según la regla del monasterio.

El que quiera vivir sin tacha y sin menosprecio en la casa que se le ha asignado, deberá observar delante de Dios todo lo prescrito.

Cuando el jefe de la casa esté ocupado, el segundo proveerá a todo lo que es necesario en el monasterio y en los campos.

La alegría suprema es celebrar las seis oraciones de la tarde sobre el modelo de la gran sinaxis que reúne a todos los hermanos al mismo tiempo; se la celebra con tanta facilidad que los hermanos no encuentran en ello nada penoso ni experimentan ningún disgusto.

Si alguno ha soportado el calor y llega del exterior en el momento en que los otros hermanos celebran las oraciones, no será obligado a asistir si su estado no se lo permite.

Cuando los jefes de casa instruyan a los hermanos sobre la manera de llevar la santa vida (en la comunidad), nadie se abstendrá de asistir sin tener una razón muy grave.

Los ancianos que son mandados al exterior con los hermanos tendrán, durante el tiempo que pasen fuera, los poderes de los prepósitos y determinarán todas las cosas por propia iniciativa. Darán la catequesis a los hermanos todos los días fijados, y si sucede que nace alguna rivalidad entre ellos, les competirá a los ancianos escuchar y juzgar sobre el asunto; reprenderán al culpable de la falta y al recibir sus órdenes los hermanos se darán al punto la paz, de todo corazón.

Si uno de los hermanos experimenta rencor contra su jefe de casa, o el mismo prepósito tiene alguna queja contra un hermano, aquellos hermanos de observancia y fe sólidas deberán escucharlos y juzgar sobre sus asuntos; si el padre del monasterio está ausente y si ha salido por poco tiempo, lo esperar n, pero si ven que su ausencia se prolonga por más tiempo, entonces oirán al prepósito y al hermano, por temor de que una larga espera del fallo sea causa de un más profundo rencor. Que el prepósito y el hermano, como quienes los escuchan, obren en todo según el temor de Dios y no den ocasión a la discordia.

A propósito de los vestidos. Si alguno tiene más ropa de lo que la regla autoriza, la remitirá al que la guarda

en la ropería sin esperar la advertencia del superior y no podrá entrar para pedirla porque esas prendas estarán a disposición del prepósito y de su segundo.