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Historia del Imperio Bizantino. (10) (Spanish, Ισπανικά)

24 Σεπτεμβρίου 2009

Historia del Imperio Bizantino. (10) (Spanish, Ισπανικά)

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Continuación de la (9)

Nació en Siria, y es muy probable que el período de su actividad literaria haya de colocarse en el reinado de Justiniano, porque, según su Biografía, siendo joven diácono, pasó de su Siria natal a Constantinopla durante el reinado de Anastasio, y en Constantinopla recibió milagrosamente del cielo el don de componer himnos. La maravillosa obra escrita por Romanos en el siglo VI nos inclina a suponer que la poesía religiosa debía estar muy desarrollada en el siglo V, pero desgraciadamente no poseemos sobre este punto sino informes muy imperfectos. Es difícil concebir la existencia de tan extraordinario poeta en el siglo VI sin imaginar un desarrollo anterior de la poesía eclesiástica.” (1)

Pero no olvidemos que sólo tenemos aún una idea incompleta de la obra de Romanos, puesto que muchos de sus himnos no han sido editados todavía. (2)

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Lactancio, eminente escritor cristiano del África del Norte, escribió en latín a principios del siglo IV y murió hacia el 325. Es importante para nosotros como autor del libro De mortibus persecutorurii, que ciertos sabios niegan que sea obra suya. Recientemente esta cuestión ha sido zanjada en pro de la autenticidad. El susodicho libro nos da informes muy interesantes sobre la época de Diocleciano y de Constantino y concluye con el edicto de Milán. (3)

(1) E. Stein dice en Gnomon, t. IV (julio-agosto, 1928), p. 413: “el poeta Romanos no me parece menos que fastidioso” (langweilig).

(2) P. Maas prepara una ed. critica de las obras de Romanos, V. Byz, Zeits., t. XXIV (1924), p. 284.

(3) V. M. Schanz, Geschichte der romischen Literatur, t. III (2.a ed., Munich, 1905), páginas 445-474. El mejor estudio sobre Lactancio es el de R. Pichón, Étude sur le mouvement historique et religieux sous le régne de Constantin (París, 1901). La bibliografía más reciente acerca de Lactancio se encontrará en K. Roller, Die Kaisergeschichte in Laktanz de Mortibus persecutorum (1927), p. 41.

Si la literatura cristiana de este período está representada por escritores tan notables, la literatura pagana no se queda a la zaga. También en su esfera encontramos una serie de hombres interesantes y llenos de talento.

Entre ellos se distinguió Temistío de Paflagonia (segunda mitad del siglo IV), hombre versado en filosofía, que dirigió la Escuela de Constantinopla y fue, a la vez, un orador y un senador muy estimado, tanto por los paganos como por los cristianos de la época. Escribió una importante serie de Paráfrasis de Aristóteles, en las que se esforzó en esclarecer las más complejas ideas del filósofo griego. Es también autor de unos cuarenta discursos que contienen abundantes informes sobre los sucesos importantes de la época y sobre su vida personal.

Pero el mayor de los escritores paganos del siglo IV fue Libanio de Antioquía, que ejerció sobre sus contemporáneos más influencia que cualquier otra persona. Entre sus discípulos hubo hombres como Juan Crisóstomo, Basilio el Grande y Gregorio Nacianceno. Ya dijimos que el joven Juliano, antes de ascender al trono, estudió con entusiasmo los cursos de Libanio. Entre los numerosos escritos de Libanio tienen particular interés sus 65 discursos públicos. En ellos hay abundante material que permite estudiar la vida interior de la época. No menos importante es la colección de sus cartas, que por la riqueza de su contenido y su notable ingenio pueden compararse con justicia a las de Sinesio de Cirene.

El emperador Juliano fue también uno de los escritores más brillantes del siglo IV. A pesar de su breve carrera, dio pruebas magníficas de su talento en diversas esferas de la literatura. Los discursos en que refleja sus obscuras especulaciones filosóficas y religiosas (su Discurso al Sol Rey), sus epístolas, su obra Contra los cristianos, de la que sólo nos han llegado fragmentos, su libelo satírico contra el pueblo de Antioquía, Misopogon (el que odia la barba) (1), importante desde el punto de vista biográfico, concurren a demostrar que fue un escritor muy dotado, a la vez pensador, historiador, satírico y moralista. Ya hemos dicho en qué medida se mezclaban sus escritos a las realidades actuales de la época. No debemos olvidar que el extraordinario genio de aquel joven emperador no pudo alcanzar su pleno desarrollo a causa de su muerte prematura y repentina.

Al siglo IV pertenece la célebre colección de biografías de emperadores romanos redactada en latín y conocida por el nombre de Historia Augusta. La cuestión de la personalidad de los autores, la época de la compilación de ese libro y su valor histórico, son muy discutibles y han motivado una literatura considerable.(2) A pesar de tantos esfuerzos, un historiador inglés ha podido escribir en 1928: “El tiempo y trabajo gastados sobre la Historia Augusta son enormes; el resultado práctico, la utilidad histórica, equivalen a cero.” (3)

(1) El pueblo de Antioquía, como ya dijimos, ridiculizaba la barba de Juliano,

(2) V, por cj, Schanz, Gesch. des romischen Literatur, t. III, 2.a ed., Munich, 1905, i. 83-90. A. Gercken y E. Norden, Einleitung in díe Altertumswissenschaft, t. III, 2.a ed., Leipzig-Berlín, 1914. A. Rosenberg, Einleitung una Quellenkunde zur romischen Geschichte Berlín, 1921), p. 231-241.

(3) B. Henderson, The Life and Principate o{ the Emperor Hadrian, Londres. 1923, pagina 275.

Recientemente, N. Baynes ha tratado, de un modo muy interesante, de demostrar que esa colección se escribió bajo Juliano, el Apóstata, con un fin determinado: hacer propaganda de Juliano el Apóstata, del conjunto de su administración y de religiosa. Tal opinión no ha sido juzgada aceptable por los sabios y el mismo autor (1) comenta que su sugestión ha tenido, en conjunto, “mala Prensa.” (2)

La literatura pagana de los siglos IV y V está representada también por varios escritores que sobresalen en el campo de la historia pura. Sólo citaremos los más importantes.

Ya mencionamos a Prisco de Tracia, historiador del siglo V, que relató la embajada a los hunos. Su Historia bizantina, que nos ha llegado fragmentariamente, y sus informes sobre la vida y costumbres de los hunos, son muy interesantes y valiosos. Prisco es la fuente principal de que se sirvieron los historiadores latinos del siglo VI, Casiodoro y Jordanes, para la historia de Atila y los hunos.

Zósimo. que vivió en el siglo V y comienzos del VI, escribió una Historia Nueva, que abarca hasta el sitio de Roma por Alarico el 410. Sectario entusiasta de los dioses antiguos, explica la caída del Imperio por la ira de las divinidades desdeñadas por los romanos y censura más que a nadie a Constantino el Grande. Tiene muy alta opinión de Juliano.

Amiano Marcelino, grecosirio nacido en Antioquía, escribió a fines del siglo IV, en latín, su Res Gestae, Historia del Imperio romano. Se esforzó en continuar en cierto modo la historia de Tácito, llevando su relato desde Nerva a la muerte de Valente (96-378). Sólo nos han llegado los dieciocho últimos libros de su historia, que abarcan los sucesos comprendidos entre 353 y 378. El autor aprovecha su ruda experiencia militar y su participación en las campañas de Juliano contra los persas, y relata acontecimientos contemporáneos sobre los que poseía informes directos. Fue pagano hasta el fin de su vida, pero mostró mucha tolerancia hacia el cristianismo. Su historia es una fuente muy importante para el período de Juliano y Valente, así como para la historia de los godos y el principio de la de los hunos. Recientemente se ha emitido sobre su talento literario una opinión favorable. E. Steín le llama el mayor genio literario que ha visto la historia de Tácito al Dante. (3) N. Baynes le califica de “último gran historiador de Roma.” (4)

Atenas, centro del decadente pensamiento clásico, fue en el siglo V residencia del último representante eminente del neoplatonismo, Proclo de Constantinopla, que escribió y enseñó en aquella ciudad durante muchos años. Allí nació también la esposa de Teodosio II, Atenais-Eudocia, que tuvo algún talento literario y compuso varias obras.

No hablaremos aquí de la literatura de la Europa occidental en este período, que está representada por las notables obras de San Agustín y otros prosistas y poetas.

(1) N. Baynes, The Historia Augusta: its date and purpose, Oxford, 1926, p. 57-58. En las páginas 7-16 se halla una buena bibliografía. El autor empieza su libro con el citado pasaje de Henderson.

(2) N. Baynes, The Historia Augusta: its date and purpose. A reply to críticísm (The Clnssical Quarterly, t. XXII, 1928, p. 166).

(3) E. Stein, Geschichte des spatromischen Reiches, t. I, p. 331.

(4) N. Baynes en el Journal of Román Studtes, t. XVIII, 2 (1928), p. 524.

Después del traslado de la capital a Constantinopla, el latín siguió siendo a lengua oficial del Imperio, y así continuó durante los siglos IV y V. El latín de empleó en todos los decretos imperiales compilados en el Código de Teodosio, así como en los decretos posteriores del siglo V y albores del VI. Pero, según ya notamos, a medida que se desarrollaba la Escuela superior de Constantinopla, la preponderancia del latín declinó y se prefirió decididamente emplear el griego, que era, al cabo, el idioma más extendido en la “pars orientalis” del Imperio. Además, la tradición griega había sido nutrida por la Escuela pagana de Atenas, cuya decadencia fue precipitada, sin. embargo, por el triunfo del cristianismo.

En el campo artístico, los siglos IV, y VI representaron un período de síntesis. Los diversos elementos que contribuyeron a la formación de un arte nuevo se fundieron entonces en un todo orgánico. Aquel arte nuevo llevó el nombre de arte bizantino o cristiano-oriental. A medida que la ciencia histórica estudia más hondamente las raíces de ese arte, se va haciendo más notorio que Oriente y sus tradiciones tuvieron un papel preponderante en el desarrollo del arte bizantino. A fines del último siglo, ciertos sabios alemanes sostuvieron la teoría de que “el arte del Imperio romano” (Romische Reichsknst”), desarrollado en Occidente durante los dos primeros siglos del Imperio, substituyó a la antigua cultura helenística oriental, que se hallaba en decadencia, y proporcionó, por decirlo así, la piedra angular sobre la que había de erigirse más tarde el arte cristiano de los siglos IV y V. A la sazón, esa teoría ha sido abandonada. Desde la aparición, en 1900, de la célebre obra de D. B. Ainalov sobre El origen helenístico del arte bizantino y la publicación, en 1901, del libro El Oriente y Roma, del sabio austríaco J. Strzygowski se discute esa influencia ejercida por el antiguo Oriente. En sus obras, muy numerosas e interesantes, Strzygowski, después de buscar el centro de tal influjo en Constantinopla, se vuelve hacia Egipto, Asia Menor y Siria y, remontando hacia el este y el norte, rebasa las fronteras de Mesopotamia y busca las raíces de dicha influencia en as mesetas y montañas de Armenia y el Irán. Según él, (do que la Hélade fue para el arte de la antigüedad, lo es el Irán para el arte del nuevo mundo cristiano.” (1) también cuenta con la India y el Turkestán chino para que le proporcionen datos ulteriores capaces de dilucidar el problema. Aunque reconociendo los grandes servicios prestados por Strzygowski en el campo de las investigaciones sobre el origen del arte bizantino, la ciencia histórica contemporánea se mantiene aún reservada acerca de las más recientes hipótesis de dicho autor. (2)

El siglo IV fue un período de la mayor importancia en la historia del arte bizantino. El nuevo régimen del cristianismo dentro del Estado romano provocó una expansión rápida de aquella religión. Tres elementos — el cristianismo, el helenismo y el Oriente — se encontraron en el siglo IV y de su unión salió el arte cristiano-oriental.

Constantinopla, ya centro político del Imperio, se convirtió gradualmente en centro intelectual y artístico. Ello no fue instantáneo. “Constantinopla no tenía una civilización preexistente que le permitiera resistir a la invasión de las fuerzas exóticas o gobernarlas. Tuvo, al principio, que pesar y asimilar nuevas influencias, tarea que exigía al menos un centenar de años.” (3)

Siria y Antioquía, Egipto y Alejandría, el Asia Menor, que veían reflejarse en su vida artística las influencias de tradiciones más antiguas, ejercieron influjo muy fuerte y provechoso en el desarrollo del arte bizantino. La Arquitectura siria prosperó durante el curso de los siglos IV, V y VI. Ya vimos que las magníficas iglesias de Jerusalén y Belén, y algunas de Nazaret, fueron edificadas bajo Constantino el Grande. Un esplendor insólito caracterizó a las iglesias de Antioquía y Siria. “Antioquía, como centro de una civilización brillante, asumió naturalmente la dirección del arte cristiano en Siria.” (4)

(1) J. Strzygowsky, Ursprung der christlichen Kirchenkunst (Leipzig, 1920), p. 18. Hay una trad. inglesa: Origin of Christian Church art, por O. Dalton y H.. “Braunholtz (Oxford, 1923), p. 21, En las páginas 253-259 se halla una lista de obras de Smygowski.

(2) V., por ej., Diehl, Manuel d’Art byzantin, t. I, p. 16-21; Dalton, East chrístian art (Oxford, 1935), p. 10-23, Y en especial 366-3766.

(3) O. Dalton, Byzantine art and Archaeology, Londres, 1911, p. 10.

(4) Diehl, Manuel, t. I, p. 36.

Por desgracia sólo poseemos muy pocos datos sobre el arte de Antioquía. Las “ciudades muertas” de la Siria central, descubiertas en 1860-61 por De Vogué, nos dan alguna idea de lo que fue la arquitectura cristiana en los siglos IV, V y VI. Una de las obras arquitectónicas más notables de fines del siglo V fue el célebre monasterio de San Simeón Estilita (Kalat-Seman), entre Antioquía y Alepo. Aun hoy resultan impresionantes sus majestuosas ruinas. (1) El famoso friso de Mschatta (al este del Jordán), actualmente en el Museo del emperador Federico, en Berlín, parece ser una obra de los siglos IV, V ο VI. (2) Al principio del siglo V pertenece igualmente una muy bella basílica elevada en Egipto por Arcadio sobre el emplazamiento de la tumba de Menas, uno de los más renombrados santos egipcios. Las ruinas de esta basílica han sido estudiadas recientemente por C. M. Kaufman. (3)

En el campo del mosaico, del retrato, de la tapicería (escenas pintadas sobre telas: primeros siglos del cristianismo), etc., poseemos varios ejemplares interesantes correspondientes a este período.

Sabemos que en el siglo v, bajo Teodosio II, Constantinopla fue rodeada de fortificaciones que subsisten aun en nuestros días. La Puerta de Oro (“Porta Áurea”) se edificó a fines del siglo IV o comienzos del V. Por ella entraban oficialmente los emperadores en Constantinopla. Esa puerta, notable por la belleza de su arquitectura, existe todavía. Al nombre de Constantino está vinculada la edificación de las iglesias de Santa Irene y de los Santos Apóstoles, en Constantinopla. Santa Sofía, cuya construcción se inició en esa época, fue acabada bajo Constancio, hijo de Constantino. Estos templos fueron reconstruidos en el siglo VI por Justiniano. En el siglo V la nueva capital se ornó con otra iglesia, la basílica de San Juan de Studion, hoy mezquita de Imr Ahor. (4)

En las regiones occidentales del Imperio se han conservado cierto número de monumentos del arte bizantino primitivo. Entre ellos cabe citar algunas iglesias de Tesalónica o Salónica; el palacio de Diocleciano en Spalato (Dalmacia), de principios del siglo IV; varias pinturas de Santa María la Antigua, de Roma, que parecen datar de fines del siglo V (5); el mausoleo de Gala Placidia y el baptisterio ortodoxo de Ravena (siglo V), así como algunos monumentos de África del Norte.

En la historia del arte, los siglos IV y V bizantinos pueden considerarse como el período preliminar que prepara la época de Justiniano el Grande, bajo quien “la capital había de sentir plena consciencia de sí misma y asumir un papel director. Se ha descrito justamente esta época como la primera edad de oro del arte bizantino.”(6)

(1) Se hallarán un plano y reproducciones en Diehl, Manuel, i. I, p. 36-37 y 45-47.

(2) Sobre las diferencias cronológicas, v. Diehl, t. I, p. 53; Dalton, Enst christian art, p. 109, n. 1.

(3) C. M. Kaufman, Die Menasstadt, Leipzig, 1910, v. I.

(4) Es decir, del Gran Escudero: por Ilias bey, quien transformó el templo en mezquita bajo Bayaceto Π. (N. del R.)

(5) Dalton, East christian art, p. 249. Diehl, t. I, p. 352.

(6) Dalton, Byzanttne art and Archaeology, p. 1o.

En curso…