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Historia del Imperio Bizantino. (15) (Spanish, Ισπανικά)

7 Οκτωβρίου 2009

Historia del Imperio Bizantino. (15) (Spanish, Ισπανικά)

Hippodrome

Continuación de la (14)

Política Interior de Justiniano. La Sedición Nika.

Al llegar Justiniano al trono reinaban en todo el Imperio la sedición y la anarquía. La miseria desolaba lo más del país, en especial las provincias. Los impuestos se percibían con dificultades. Las facciones del circo, los grandes terratenientes, los parientes de Anastasio desposeídos del trono, las disputas religiosas, aumentaban las turbulencias interiores, creando una situación alarmante.

Al subir al trono, Justiniano comprendió que el Estado necesitaba profundas reformas internas. Y se aplicó esforzadamente a la obra. Las principales fuentes que poseemos sobre esta parte de la actividad de Justiniano son, de una parte, sus Novelas; de otra, el tratado contemporáneo de Juan el Lidio, tratado que se intitulaba De la administración del Estado romano, y, en fin, la Historia secreto, contemporánea también, de Procopio, de la que hablaremos más veces. En época reciente se han encontrado preciosos materiales sobre ese tema en los papiros.

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Al principio mismo de su reinado, Justiniano hubo de afrontar en la capital una sedición terrible.

El barrio principal de Constantinopla era el del Circo o Hipódromo, lugar predilecto de reunión para los habitantes de la capital, tan aficionados a las carreras de carros. Por lo común, el nuevo emperador comparecía, tan pronto como era coronado, en el Hipódromo y allí, en el palco imperial o “Kathisma,” recibía las aclamaciones de la multitud. Los conductores de carros llevaban ropas de cuatro colores: verde, azul, blanco o rojo. Las carreras constituían el espectáculo más agradable a la ciudad desde que la Iglesia prohibiera los combates de gladiadores. En torno a los aurigas de cada color se agrupaban facciones muy bien organizadas. Estas facciones tenían su caja propia, pagaban el mantenimiento de los aurigas, de los caballos y de los carros, y rivalizaban y disputaban con los partidarios de otros colores. Pronto se las conoció bajo los nombres de Verdes, Azules, etc. El circo y las carreras, así como las facciones del circo, provenían del Imperio romano, de donde pasaron a Bizancio; una tradición literaria tardía remontaba su fundación a los tiempos mitológicos de Rómulo y Remo. El sentido inicial de los nombres de las cuatro facciones está poco claro. Las fuentes de la época de Justiniano (siglo vi) declaran que esos nombres correspondían a los cuatro elementos: tierra (verdes), agua (azules), aire (blancos) y fuego (rojos). Los espectáculos del circo tenían extraordinaria magnificencia. Los espectadores a veces llegaban a 50.000.

Poco a poco, las facciones del circo, designadas en la época bizantina por el nombre de “demás,” se transformaron en partidos políticos expresivos de determinadas tendencias políticas, sociales o religiosas. La voz de la muchedumbre del circo pasó a ser una especie de opinión pública y de voz de la nación. “A falta de una Prensa — dice E. I. Uspenski,— el hipódromo se convirtió en el único lugar donde podía expresarse libremente la opinión pública, la cual, en ciertos momentos, dictó órdenes al Gobierno.” (1) El emperador aparecía a veces en el circo para dar a la multitud explicaciones de sus actos. En el siglo VI las facciones más influyentes eran la de los Azules (Venetoi), partidarios de la ortodoxia y a quienes, por lo tanto, también se llamaba calcedonios (partidarios del concilio de Calcedonia); y la de los Verdes (Prasinoi), que se atenían al monofisismo. Ya bajo el reinado de Anastasio, había estallado una insurrección en la capital y, tras terribles depredaciones, el partido ortodoxo, aclamando un nuevo emperador, se había precipitado en el hipódromo, donde compareció Anastasio aterrado, sin diadema, y ordenó al heraldo declarar al pueblo que estaba dispuesto a deponer el Poder. Viendo la multitud al emperador en tan deplorable estado, calmóse y la insurrección concluyó. Tal episodio es característico del influjo ejercido por el hipódromo y la muchedumbre de la capital sobre el Gobierno y el emperador. Anastasio, corno monofisista, había tendido a favorecer a los Verdes.

(1) Uspenski, t. I, p. 506 (en ruso).

Con Justino y Justiniano se impuso la ortodoxia, y con ella los Azules. No obstante, Teodora era favorable a los Verdes. De modo que en el mismo trono imperial encontraban defensores las facciones diversas.

Numerosas y diversas causas provocaron la terrible insurrección del 532 en la capital. La oposición dirigida contra Justiniano era triple: dinástica, política y religiosa. Los parientes de Anastasio vivían aun y se consideraban defraudados por la exaltación al trono de Justino primero y Justiniano después, y se apoyaban en el partido de los Verdes, favorables al monofisismo. Se propusieron, pues, derribar a Justiniano. La oposición política nacía de la irritación general contra la administración superior, y sobre todo contra el famoso jurista Triboniano, de quien hablamos antes, y contra el prefecto del Pretorio, Juan de Capadocia, quien había provocado honda indignación en el pueblo con sus abusos, ilegalidades, exacciones y crueldad. Finalmente la oposición religiosa nacía de los monofísistas, que habían sufrido graves vejaciones bajo Justino y Justiniano. Este conjunto de causas motivó una insurrección popular en la capital. Es interesante notar que Azules y Verdes, olvidando sus querellas religiosas por esta vez, se unieron contra el detestado Gobierno. Las negociaciones que a través de un heraldo mantuvo el emperador con el pueblo reunido en el hipódromo, no condujeron a resultado alguno. (1) La revuelta se propagó muy de prisa por la ciudad. El grito de los sublevados, Nika, o “Victoria,” ha dado nombre a esta rebelión, designada en la historia como “Sedición Nika.” Los edificios más bellos, los monumentos artísticos más admirables fueron incendiados y saqueados. La basílica de Santa Sofía ardió también. En su solar debía elevarse más tarde la famosa catedral de Santa Sofía. La promesa del emperador de destituir a Triboniano y a Juan de Capadocia, su arenga personal a las turbas, en el hipódromo, no surtieron efecto alguno. Un sobrino de Anastasio fue proclamado emperador. Justiniano y sus consejeros, refugiados en palacio, pensaban ya en huir de la capital, pero en aquel momento crítico acudió Teodora en socorro de su marido. Procopio reproduce su discurso, en el que ella, entre otras, expresa las siguientes ideas: “Es imposible al hombre, una vez venido al mundo, evitar la muerte; pero huir cuando se es emperador es intolerable. Si quieres huir, Cesar, bien está. Tienes dinero, los barcos están dispuestos y la mar abierta… Pero reflexiona y teme, después de la fuga, preferir la muerte a la salvación. Yo me atengo a la antigua máxima de que la púrpura es una buena mortaja.” (2) Entonces se dio a Belisario la tarea de reprimir la insurrección, que duraba ya seis dias. Belisario logró rechazar al pueblo sublevado hasta el hipódromo, cercándolo allí y dando muerte a treinta o cuarenta mil rebeldes. Aplastada la revuelta, Justiniano volvía a sentarse en un trono sólido. Los parientes de Anastasio fueron ejecutados.

(1) Se hallará la curiosa conversación entre el emperador y los Verdes — por intermedio de un heraldo o mandatario — en Teófanes, Chr., ed. de Boor, p. 181-184. Véanse Chr. Pasch., páginas 620-51, y P. Maas, Metrische Akklamationem der Byzantiner (Byz. Zeits., t. X. XI (1912), p. 31-33, 46-51). Bury opina que ese relato se refiere a un incidente surgido en otro momento del reinado (t. II, p. 40, n. 3, p. 72). En las p. 72-74 da una traducción inglesa de la conversación.
(2) Procopio, De bello pérsico, I, 24, 35-37, ed. Haury, t. I, p. 130. Ed. por Dewing con una trad. inglesa, t. I, p. 230-33.

Una de las características de la política interior de Justiniano es la lucha obstinada — y no explicada del todo — que mantuvo contra los grandes terratenientes. Conocemos esa lucha por las Novelas, por los papiros y por la Historia secreta de Procopio, quien, aun cuando se instituye en defensor de la nobleza y recoge en su obra acusaciones absurdas contra Justiniano, aquel advenedizo al trono imperial, no por eso deja de darnos una pintura muy interesantes de los conflictos sociales del siglo VI. El Gobierno advertía que sus rivales mas peligrosos eran los grandes terratenientes, que administraba sus dominios sin cuidarse para nada del poder central. En una de sus Novelas, Justiniano deplora la situación alarmante de las propiedades rurales, pertenecientes al Estado o a particulares, en las provincias, bajo el poder arbitrario de los magnates locales, y escribe al procónsul de Capadocia estas significativas líneas: “Hemos sido informados de abusos tan extraordinariamente graves cometidos en las provincias, que su represión difícilmente puede ser tentada por una sola persona revestida de gran autoridad. Incluso nos avergüenza decir la inconveniencia con que los intendentes de los señores se pasean rodeados de guardias de corps, la cantidad de gentes que los acompañan y la impudicia con que todo lo roban.” Luego de decir algunas palabras sobre el estado de la propiedad, añade que “la propiedad del Estado se ha transformado casi por completo en propiedad privada, porque ha sido arrebatada y entregada al pillaje, incluso todos los tropeles de caballos, y ni un solo hombre ha elevado la voz para protestar, porque todas las bocas estaban cosidas con oro.” (1) Resulta de estas declaraciones que los señores de Capadocia gozaban de plenos poderes en sus provincias, que poseían tropas propias, hombres de armas y guardias de corps, y que se apoderaban tanto de las propiedades de los particulares como de las públicas. También es interesante notar que esta Novela se publicó cuatro años después de la sedición Nika. Se encuentran en los papiros indicaciones análogas sobre el Egipto de la época de Justiniano. Uno de los miembros de la famosa familia aristocrática de los Apiones poseía en el siglo VI vastas propiedades rurales en todo Egipto. Poblados enteros pertenecían a sus posesiones. Su organización doméstica era casi real. Tenía secretarios, intendentes, ejércitos de trabajadores, consejeros, recaudadores de impuestos, un tesorero, una policía y hasta un servicio postal. Estos grandes señores empleaban prisiones propias y mantenían tropas personales. (2) Las iglesias y monasterios poseían también extensos territorios.

(1) Novelas, 30 (44), 5, ed. Z. von Lingenthal, t. I, p. 268.
(2) V. H. J. Bell, The Byzantine Servil State in Egypt (Journal of Egyptian Archacology, tomo IV (1917), p. 101-102). Id., An Epoch in the agrarian liistory of Egypt, en el Recueil d’études égyplologiques dédiées a la mémoire de Jean Franfois Champollion (París, 1922), página 263. M. Gelzer, Studien zur byzantinischen Verwaltung Aegyptens (Leipzig, 1909), 83-90, 32. A. E. R. Boak, Byzantine imperial-ism in Egypt (The American Historical Reiiew, tomo XXXIV (1928), p. 6).

Justiniano entabló una lucha implacable contra aquellos grandes propietarios rurales. Por medios diversos, como intromisión en las herencias; donaciones forzadas (y hasta falsificadas a veces) al emperador; confiscación merced a falsos testimonios; procesos religiosos tendientes a privar a la Iglesia de sus bienes territoriales, Justiniano se esforzó, consciente y metódicamente, en destruir la propiedad territorial de grandes vuelos. Se ejecutaron numerosas confiscaciones, sobre todo después de la tentativa revolucionaria del 532. Pero Justiniano no logró aplastar por completo a la alta aristocracia terrateniente, que siguió siendo uno de los elementos más peligrosos de la vida del Imperio en las siguientes épocas.

Justiniano advirtió los vicios de la administración, es decir, su venalidad, sus robos y sus exacciones, que entrañaban general empobrecimiento y ruina y daban inevitablemente nacimiento a desórdenes interiores en el Imperio. Comprendía que tal estado de cosas tenía efectos desastrosos sobre la seguridad social, la economía y la agricultura. Comprendió también que el desorden financiero implicaba una confusión general en la vida del Imperio y deseó vivamente poner remedio a tal situación. Estimaba deber del emperador establecer reformas nuevas y profundas, y concebía la misión reformadora del soberano como una obligación inherente a su estado y un acto de gratitud hacia Dios, que le había colmado de beneficios. Pero, representante convencido del absolutismo imperial, Justiniano veía en la centralización administrativa y el empleo de una burocracia perfeccionada y estrictamente obediente, el solo medio de mejorar la situación del Imperio.

Primero dirigió la atención al estado financiero del país, que inspiraba, con motivo, serios temores. Las empresas militares exigían enormes gastos y los impuestos se recaudaban más difícilmente cada vez. Ello inquietaba mucho al emperador, quien en una de sus Novelas escribió que, dados sus grandes gastos militares, sus súbditos debían apagar las tasas del Estado de buen grado e íntegramente.” (1) Así, de una parte se hacía campeón de la inviolabilidad de los derechos del Fisco y de otra se proclamaba defensor del contribuyente contra las extorsiones de los funcionarios.

Dos grandes Novelas del año 535 son características de la actividad reformadora de Justiniano, porque exponen los principios esenciales de su reforma administrativa y determinan con precisión las nuevas obligaciones de los funcionarios. Una de ellas prescribe a los gobernadores “tratar como padres a todos los ciudadanos leales, proteger a los súbditos contra la opresión, rehusar todo regalo, ser justos en los juicios y decisiones administrativas, perseguir al crimen, proteger al inocente, castigar al culpable, de acuerdo con la ley, y, en general, tratar a los súbditos como un padre trataría a sus hijos.” (2) Pero, a la vez, los funcionarios, “guardando sus manos puras (es decir, rehusando dádivas) en toda circunstancia,” debían velar atentamente por las rentas del Imperio, “aumentando los tesoros del Estado y poniendo todo su cuidado en defender los intereses de aquél.” (3) La Novela declara que, dada la conquista de África y la sumisión de los vándalos, así como las vastas empresas proyectadas, “es absolutamente necesario que los impuestos sean pagados íntegramente y de buena voluntad en los términos fijados. Así, si queréis dar buena acogida a los gobernadores y si les ayudáis a recaudar los impuestos pronta y fácilmente, Nos loaremos a los funcionarios por su celo y a vosotros por vuestra prudencia y una buena y tranquila armonía reinará por doquier entre gobernantes y gobernados.” (4) Los funcionarios debían prestar juramento solemne de cumplir con honradez sus funciones y a la vez se les hacía responsables del cobro íntegro de los impuestos en las provincias que se les confiaban. Los obispos debían inspeccionar la conducta de los funcionarios. Los culpables de alguna falta incurrían en castigos severos, mientras los que cumplían su cargo con honradez podían obtener mejoras. Así, los deberes de funcionarios y contribuyentes aparecen muy netos en el ánimo de Justiniano: los primeros deben ser gente honrada; los segundos deben pagar sus impuestos de buen grado, con regularidad e íntegramente. En sus decretos posteriores el emperador se refiere a menudo a esos principios fundamentales de su reforma administrativa.

(1) Novelas, 8 (16), 10, cd. Z. von Lingenthal, t. I, p. 101.
(2) Novelas, 8 (16), 8 (ibíd., t. I. p. 102).
(3) Novelas, 28 (31), r, (ibíd., t. I, p. 1971.
(4) Novelas, 8 (16). 10, ed. 7.. v. Lingenthal, t. L p. 106.

Todas las provincias del Imperio no fueron gobernadas de la misma manera. Algunas, sobre todo las fronterizas, pobladas por indígenas descontentos, exigían una administración más firme que otras. Ya vimos antes que las reformas de Diocleciano y de Constantino acrecieron desmesuradamente las divisiones provinciales y crearon un enorme cuerpo de funcionarios, produciendo a la par una separación estricta de las jurisdicción militar y civil. Con Justiniano hallamos varios ejemplos de ruptura de ese sistema y de regreso al anterior a Dioclecíano. Justiniano, sobre todo en Oriente, reunió varias pequeñas provincias, haciendo que formasen una unidad más considerable, y en determinadas provincias del Asía Menor, donde solían sobrevenir conflictos y disputas entre las autoridades civiles y militares, reunió las funciones militares y civiles en manos de una sola persona, con título de pretor. El emperador prestó particular atención a Egipto, y en especial a Alejandría, que suministraba grano a Constantinopla. Según una Novela, la organización del tráfico de grano en Egipto y de su transporte a Roma, era terriblemente defectuosa. (1) Para reorganizar aquel servicio, importante en grado sumo a la vida del Imperio, Justiniano dio al funcionario civil denominado “augustalis” (vir spectabilis augustalis) poderes militares sobre las dos provincias egipcias, (2) así como sobre Alejandría, ciudad muy populosa y agitada. Pero tales tentativas de reagrupamiento de territorios y poderes no tuvieron en Justiniano un carácter sistemático.

Aunque poniendo en práctica en las provincias orientales la idea de la fusión de poderes, Justiniano hizo subsistir en Occidente la antigua separación de los poderes militar y civil, sobre todo en las recién conquistadas prefecturas de África del Norte e Italia.

Esperaba el emperador que con numerosos y apresurados edictos corregiría todos los defectos de la administración y, según sus propios términos, “daría al Imperio, con sus espléndidas empresas, una nueva flor.” (3) La realidad no respondió a sus esperanzas, porque todos sus decretos no podían cambiar a las personas. Las posteriores Novelas prueban claramente que continuaban las rebeliones, extorsiones y pillajes. Era menester renovar sin cesar los decretos imperiales, recordando su existencia a la población. A veces, en ciertas provincias, hubo de proclamarse la ley marcial.

(1) Edictum, 13 (96), Introd., cd. Z. v. I.ingenthal, t. I, p. 529-30.
(2) V. M. Gelzer, Studien zur byzantinisclien Verwaltung Aegyptetis (Leipzig, 1909), páginas 21-36. Bury, t. II, p. 342-343. G. Rouillard, L’Administration civile de l’Egypte byzantini, 2.a ed. (París, 1928), p. 30.
(3) Novelas, 33 (54), intr. led. 1. v. Lingenthal, t. I. p. 360.

Falto de dinero y agobiado por necesidades urgentes, el propio Justiniano tuvo que recurrir en ocasiones a las mismas medidas que prohibía en sus edictos. Vendió cargos por gruesas sumas y, a pesar de sus promesas, creó nuevos impuestos, aunque sus Novelas muestran con claridad que le constaba la imposibilidad de la población de atender a sus cargos fiscales. Presionado por dificultades financieras recurrió a la alteración de la moneda y emitió moneda depreciada, pero la actitud del pueblo se volvió tan amenazadora, que hubo, casi inmediatamente, de revocar el edicto que lo disponía. (1) Todos los medios posibles e imaginables fueron puestos en obra para llenar las cajas del Estado, el Fisco, (“que ocupa el lugar del estómago, el cual nutre todas las partes del cuerpo,” (2) según frase de Corippo, poeta del siglo VI. La severidad con que hacía percibir los impuestos alcanzó extremo rigor y produjo un efecto desastroso sobre la población, ya extenuada. Un contemporáneo dice que a una invasión extranjera hubiese parecido menos temible a los contribuyentes que la llegada de los funcionarios del Fisco.” (3) Las poblaciones pequeñas se empobrecieron y quedaron desiertas, porque sus habitantes huían para escapar a la opresión del Gobierno. La producción del país descendió casi a nada. Estallaron revueltas. Comprendiendo que el Imperio estaba arruinado y que sólo la economía podía salvarlo, Justiniano aplicóse a ello, pero en la esfera donde más peligroso debía resultar. Redujo los efectivos del ejército y con frecuencia atrasó el pago de los soldados. Mas el ejército, compuesto sobre todo de mercenarios, se levantó a menudo contra semejante práctica y se vengó en las indefensas poblaciones.

(1) Juan Malalas, p. 486. Si no me engaño, Bury no cita este texto.
(2) Corippo, In laudem Justini, II, 249-250.
(3) Juan el Lidio, De Magistratibus, III, 70 (Bonn, p. 264, ed. R. Wuensch, p. 162).

La reducción del ejército tuvo otras consecuencias graves, pues dejó al descubierto las fronteras y los bárbaros pudieron penetrar impunemente en territorio bizantino y entregarse al pillaje. Las fortalezas construidas por Justiniano no se mantuvieron con la debida guarnición. Incapaz de oponerse a los bárbaros por la fuerza, Justiniano hubo de comprarlos, y ello arrastró a nuevas expensas. Con frase de Diehl, se creó un círculo vicioso. La falta de dinero había engendrado la disminución del ejército, y la insuficiencia de soldados exigió más dinero para pagar a los enemigos que amenazaban a Bizancio. (1)

Si a esto se añaden las frecuentes carestías, las epidemias, los temblores de tierra, cosas todas que arruinaban a la población y aumentaban el presupuesto del Gobierno, se puede imaginar el desolador panorama que presentaba el Imperio al final del reinado de Justiniano. De tal panorama hállase un eco en la primera Novela de Justino II, la cual habla “del tesoro público gravado de abundantes deudas y reducido a extrema pobreza,” y de “un ejército que carecía ya tanto de todo lo necesario, que el Imperio era frecuente y fácilmente atacado y devastado por los bárbaros.” (2)

Los esfuerzos de Justiniano en la esfera de las reformas administrativas fracasaron completamente. En lo financiero el Imperio se hallaba a dos dedos de la ruina. Aquí no debemos perder de vista el estrecho lazo que unía la política interna con la externa del emperador. Sus vastas empresas militares en Occidente, con los inmensos gastos que exigían, arruinaron el Oriente y dejaron a los sucesores de Justiniano una herencia pesada y difícil. Las primeras Novelas prueban con claridad que Justiniano deseaba poner orden en la vida del Imperio y elevar el nivel moral de los órganos del Gobierno, pero tan nobles intenciones no pudieron cambiarse en realidades vivas porque tropezaron con los planes militares del emperador, planes que le dictaba el concepto que tenía de sus deberes como heredero de los Cesares romanos.

(1) Diehl, Justinien, p. 311.
(2) Zacarías von Lingenthal, Jus Gracco-romanum, t. III, p. 3.

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