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Historia del Imperio Bizantino (19) (Spanish, Ισπανικά)

29 Οκτωβρίου 2009

Historia del Imperio Bizantino (19) (Spanish, Ισπανικά)

heraclius 

Continuación de la (18)

La Época de la Dinastía de Heraclio (610-717).

La Dinastía de Heraclio y su Origen.

La dinastía formada por Heraclio y sus inmediatos sucesores en el trono de Bizancio fue, probablemente, de origen armenio. Al menos así podemos deducirlo de un texto del historiador armenio del siglo VII., Sebeos, fuente valiosa para la época de Heraclio. Sebeos escribe que la familia de Heraclio estaba emparentada con la famosa casa armenia de los Arsácidas. (1) Esta declarado queda en cierta medida contradicha por los testimonios de varias fuentes respecto a la dorada cabellera rubia de Heraclio. (2) Heraclio reinó del 610 al 641. DC su primera mujer, Eudocia, tuvo un hijo, Constantino, quien solo reinó, a la muerte de su padre, algunos meses, muriendo también el 641. Se le conoce en la historia por el nombre de Constantino III (el nombre de Constantino II reservado a uno de los hijos de Constantino el Grande). A la muerte de Constantino III, el trono fue ocupado durante varios meses por Heracleonas (Heracleon] hijo de Heraclio y de su segunda mujer Martina.

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Fue depuesto en el otoño de año 641, y el hijo de Constantino III, Constante II, fue proclamado emperador y reinó de 641 a 668, Es probable que la forma griega de su nombre, Consta: (en latín “Constans”), fuese un diminutivo de Constantino, su nombre oficial ya que en las monedas bizantinas, en los documentos oficiales de este período en Occidente, e incluso en algunas fuentes bizantinas, se le llama Constantino Parece que Constante fue el nombre que le dio el pueblo. Tuvo por sucesor a su hijo, el enérgico Constantino IV, ordinariamente llamado Pogonato, es decir “el Barbudo” (668-685).

(1) Sebeos, Historia del emperador Heraclio, t. XXXII (trad. del armenio. San Peterburgo, 1862), p. 129 (en ruso), íd.. Historia de Heraclio (trad. por F. Macler, París, 1904), página 108.

(2) V. Pernice, L’lmperatore Eraclio (Florencia, 1905), p. 44.

Pero hoy se tiene casi la certeza de que el sobrenombre de Pogonato no debe atribuirse a ese emperador, sino a su padre, Constante II. (1) Con la muerte de Constantino IV (685), termina el mejor periodo de la dinastía heracliana. El último emperador de la dinastía, Justiníano II, el Rhinometa (“Nariz Cortada”), hijo de Constantino IV, reinó dos veces, de 685 a 695 y de 705 a 711, El período de Justiniano II, notable por sus numerosas atrocidades, no ha sido bastante estudiado. Parece razonable suponer que las persecuciones del emperador contra los representantes de la nobleza no tuvieron por causa pura arbitrariedad, sino el secreto descontento de aquellos aristócratas, que se negaban a aceptar la política autoritaria y autocrática del emperador y procuraban destronarle. Fue depuesto en 695, cortándosele la nariz y la lengua (2) y desterrándosele a Querson, en Crimea, de donde logró huir, refugiándose al lado del Kan de los kázaros, con cuya hermana había de casar. Más tarde, ayudado por los búlgaros, pudo recuperar el trono, y su vuelta a la capital fue señalada por crueles represalias contra los que habían contribuido a. su caída. Su tiranía provocó, en 711, una revolución durante la cual Justiníano y su familia fueron asesinados. El 711 acabó, pues, la dinastía heracliana. En el intervalo entre los dos reinados de Justiniano II, ocuparon el trono el jefe militar Leoncio (695-698), originario de Isauria, y Apsimar, que a su exaltación al purpurado tomó el nombre de Tiberio III (698-705). Ciertos eruditos ven en Apsimar un hombre de origen godo-griego. (3) Tras la sangrienta deposición de Justiniano II, en 711, el trono bizantino fue ocupado, en seis años, por tres emperadores ocasionales: el armenio Bardanes o Filípico (711-714), Artemio, rebautizado con el nombre de Anastasio al coronarse (Anastasio II, 714-715) (4) y Teodosio III (715-717). La anarquía reinante en el Imperio desde 695 concluyó en 717 con el advenimiento del famoso León III, cuyo reinado abrió un nuevo periodo en la historia de Bizancio.

(1) V. E. W. Brooks, Who was Constantinc Pogonatus? (Byzantinische Zeits., t. XVII (1908), p. 460-462).

(2) La mutilación no fue tan completa que le impidiese hablar.

(3) Bury, A History of the Later Román Empire (i.a cd.), t. II, p. 354.

(4) La fecha de 714 ha sido establecida por G. Ostrogorsky en Die Chronologie des Theophanes im 7. und 8. Jahrhundert. Byz. Neugr. Jahrbücher, t. VII (1930), p. 33-34 y 47-48.

Los Eslavos Ante los Muros de Constantinopla. Las Campañas Contra los Persas.

Heraclio fue un emperador muy capaz y activo. Tras la tiranía de Focas pareció, en cierto modo, un soberano ejemplar. Según el poeta contemporáneo Jorge de Pisidía, quien describió en versos excelentes las campañas del nuevo emperador contra los persas y la invasión de los avaros, Heraclio declaraba que “el poder debe brillar más por el amor que por el terror.” (1)

(1) Jorge de Pisidia, De expeditione pérsica, vers. 90-91, ed. Bonn, p. 17.

Al llegar Heraclio al trono la situación del Imperio era grave en extremo. Los persas amenazaban por el este, los avaros y eslavos por el norte, y en el interior reinaba la más completa anarquía tras el desgraciado gobierno de Focas. El nuevo emperador no tenía recursos pecuniarios ni fuerzas militares suficientes. Este conjunto de cosas explica los hondos trastornos que conmovieron el Imperio en la primera parte del reinado de Heraclio.

En 611, los persas emprendieron la conquista de Siria, ocupando Antioquía, la ciudad más importante de las provincias orientales bizantinas. Damasco no tardó en caer en manos persas. Conclusa la conquista de Siria, los persas marcharon sobre Palestina y el 614 cercaron Jerusalén, que resistió veinte días. Pasados éstos, las torres de ataque y los arietes persas abrieron brecha en las murallas y, según una fuente, “los malditos enemigos invadieron la ciudad con rabia semejante a la de bestias furiosas o dragones irritados.” (1) La ciudad fue entregada al pillaje y los santuarios cristianos destruidos. La iglesia del Santo Sepulcro, erigida por Constantino el Grande, fue incendiada y saqueados sus tesoros. Los cristianos sufrieron vejaciones intolerables cuando no la muerte. Los judíos de Jerusalén se pusieron al lado de los persas, participando en las matanzas, en las cuales, según algunas fuentes, perecieron sesenta mil cristianos. Muchos tesoros fueron transportados a Persia desde la ciudad santa. Una de las reliquias más veneradas de la Cristiandad, la Santa Cruz, fue llevada a Ctesifonte. Entre los prisioneros enviados a Persia estaba Zacarías, patriarca de Jerusalén. (2)

Esta devastadora conquista de Palestina por los persas y el pillaje de Jerusalén representan un momento crítico de la historia de la provincia palestiniana. Kondakov dice: “Fue un desastre inaudito, tal como no había existido desde la toma de Jerusalén bajo el reinado de Tito. Pero esta vez no se pudo poner remedio a tal calamidad. Nunca más la ciudad conoció período análogo a la brillante época del reinado de Constantino. Desde entonces la ciudad y sus monumentos declinaron de manera continua, paso a paso, y las mismas Cruzadas, tan ricas en consecuencias y en diversos provechos para Europa, no provocaron sino turbación, confusión y degeneración en la vida de Jerusalén. La invasión pérsica tuvo como efecto un cambio inmediato de la situación creada por la artificial importación de la civilización grecorromana a Palestina. La invasión arruinó la agricultura, despobló las ciudades, aniquiló gran número de conventos y monasterios, detuvo el desarrollo del comercio. Aquella invasión libertó a las tribus merodeadoras árabes de las convenciones que las trababan y del miedo que las retenía, y así comenzaron a fundar la unidad que hizo posibles las grandes invasiones del período posterior… Palestina entra de tal suerte en ese período turbulento que sería lícito calificar de medieval sí no se hubiese prolongado hasta nuestros días.”(3)

La facilidad con que los persas señorearon Siria y Palestina se explica en parte por las condiciones religiosas de la vida de aquellas provincias. La mayoría de los pobladores, sobre todo en Siria, no compartía la doctrina ortodoxa oficial sostenida por el gobierno de Constantinopla. Los nestorianos, y después los monofisistas, que habitaban en aquellas regiones, vivían duramente oprimidos, según vimos, por el gobierno de Bizancio, y por tanto preferían la dominación de los persas, adoradores del fuego, entre quienes los nestorianos gozaban de una libertad religiosa relativamente grande.

(1) Antíoco Estrategos, Toma de Jcrusalen por los persas en 614 (tr. del georgiano por N. Marr), San Petersburgo, 1909), p. 15 (en ruso). Trad. inglesa de F. C. Conybeare, Antíochus Strategos’ account of the sack of Jerusalem in 614 (English Histórica! Rcvieiv, t. XXV (1910), p. 506).

(2) H. Vinccnt y F. M. Abel. Jerusalem: recherches de íopographie, d’archéoiogie ct d’histoire (París, 1926), t. II, fase. IV, p. 926-928.

(3) N. P. Kondakov, Viaje arqueológico por Siria y Palestina (San Petersburgo, 1904), páginas 173-174 (en ruso).

La invasión persa no se limitó a Siria y Palestina. Parte del ejército tras cruzar toda el Asia Menor y tomar Calcedonia (a orillas del mar de Marmara, junto al Bósforo), acampó cerca de Crisópolis, hoy Escútari, frente a ( Constantinopla, mientras otro ejército persa se preparaba a conquistar Egipto, Alejandría cayó, probablemente el 618 ó 619. En Egipto, lo mismo que en Palestina, la población monofisista no apoyó con calor al gobierno bizantino y aceptó con júbilo el dominio persa.

Para el Imperio bizantino la pérdida de Egipto fue desastrosa. Egipto era en efecto, según ya vimos, el granero de Constantinopla, y una suspensión de los suministros de grano egipcio debía obrar gravemente sobre el estado económico de la capital.

A la vez que el Imperio bizantino sufría tan pesadas pérdidas en el sur y el este, a causa de las guerras pérsicas, surgía en el norte otro peligro, que constituía también una seria amenaza. Las hordas ávaro eslavas de la Península Balcánica, conducidas por el Kan de los avaros, se dirigían hacia el sur, saqueando y devastando las provincias septentrionales. Llegaron hasta la misma Constantinopla, donde chocaron con los muros de la ciudad. Esta vez la expedición se limitó a incursiones que procuraron al kan de los avaros numerosos prisioneros y rico botín, que condujo al norte. (1)

Tales movimientos de pueblos dejaron huellas en los escritos de un contemporáneo de Heraclio, Isidoro, obispo de Sevilla, quien observa en su crónica que “Heraclio entró en el sexto (o quinto) año de su reinado, al principio cual los eslavos conquistaron Grecia a los romanos y los persas se apodera; de Siria, Egipto, y gran número de provincias.” (2)

(1) Según toda verosimilitud, esta invasión avárica se produjo el 617. V. N. Baynes, The date of the Avar surprise (Byz. Zcit., t. X XI (1912), p. 110-128).

(2) La cronología de Isidoro no es muy segura. Isidoro de Sevilla, Chronica Majora

Tras alguna vacilación, el emperador decidió atacar a los persas. Dada la penuria del tesoro, Heraclio apeló a las riquezas de los templos de la capital y las provincias, ordenando que se transformasen aquellos bienes en monedas de oro y plata. Como Heraclio previera, el peligro que en el norte hacía correr al Imperio el Kan de los avaros se alejó mediante el pago de una gruesa suma de dinero y la entrega de rehenes distinguidos. Y después, en la primavera del 622, el emperador se trasladó al Asia Menor, donde reclutó muchos soldados, instruyéndolos en el arte de la guerra durante varios meses. La guerra contra los persas, que tenía por fin secundario la recuperación de la Santa Cruz y de la ciudad de Jerusalén, asumió formas de Cruzada.

Los historiadores modernos creen probable que Heraclio sostuviera tres campañas contra los persas entre los años 622 y 628, todas coronadas por brillantes éxitos para las armas bizantinas. El poeta contemporáneo Jorge de Písidia compuso en ocasión de esos triunfos el Epinikion (Canto de victoria) titulado La Heracliada, y en uno de sus poemas sobre la creación, el Hexámeron o “Seis días,” aludió a la guerra de seis años en que Heraclio venció a los persas. Un historiador del siglo XX, F. I. Uspenski, compara la expedición de Heraclio a las gloriosas conquistas de Alejandro Magno.(1) Heraclio se aseguró la ayuda de las tribus caucásicas y la alianza de los kázaros. Uno de los principales escenarios de las operaciones militares fueron las provincias persas del norte, fronterizas al Cáucaso.

En ausencia del emperador, ocupado en conducir los ejércitos a aquellas lejanas expediciones, la capital corrió un serio peligro. El kan de los avaros, rompiendo el acuerdo concluido con el emperador, marchó sobre Constantinopla (626) con inmensas hordas de avaros y eslavos. Había llegado también a un pacto con los persas, quienes enviaron parte cíe su ejército a Calcedonia. Las hordas ávaroeslavas sitiaron Constantinopla, que conoció durante mucho tiempo la mayor ansiedad. Pero la guarnición logró rechazar la ofensiva y al cabo hizo huir al enemigo. Cuando los persas supieron que el kan avaro, fracasando en su tentativa, se alejaba de Constantinopla, retiraron sus tropas de Calcedonia y las enviaron a Siria. La victoria de Bizancio sobre el kan avárico en 626 fue uno de los factores principales del debilitamiento del reino de los avaros. (2)

Hacia la misma época (624). Bizancio perdió sus últimas posesiones en España. La conquista de tales posesiones fue concluida por el rey visigodo español Suintila. Sólo quedaron en manos del emperador las Baleares.(3)

(1) F. I. Uspenski, t. I, p. 684. (en ruso).

(2) V. Pernice, ob. cit., p. 141-148. Kulakovski, t. III, p. 76-87.

(3) F. Corres, Die byzantinischen Besitzungen and den Küsten des spanischwestgothichen Reichcs (554-624) (Byz. Zeít., t. XVI (10.07), P- 53°•532)• E- Bouchier, Spain under thie Román Empire (Oxford, 1914), p. 59-60•

A fines del año 627 Heraclio deshizo por completo a los persas en una batalla sostenida no lejos de las ruinas de la antigua Níníve (en las cercanías de la actual Mossul, sobre el Tigris), y avanzó hacia el interior de las provincias centrales de Persia. Cayó en sus manos un rico botín. El emperador envió a Constantinopla un largo y triunfal manifiesto describiendo sus éxitos militares sobre los persas y anunciando el final y brillante desenlace de la guerra. (1) Su mensaje fue leído desde el púlpito de Santa Sofía. Entre tanto, el rey persa, Cosroes fue destronado y muerto, y el nuevo soberano, Kavad-Siroes, entabló tratos de paz con Heraclio. Por las estipulaciones del nuevo acuerdo los persas devolvía: al Imperio bizantino las provincias que le habían conquistado, es decir, Siria Palestina y Egipto, y reintegraban la Santa Cruz. Heraclio volvió, victorioso, a Constantinopla y a poco se encaminó a Jerusalén con su mujer, Martina, llegando el 21 de marzo del 630. (2) La Santa Cruz, devuelta por los persas, fue situada en su antiguo lugar, con gran júbilo de todo el mundo cristiano. Un historiador armenio contemporáneo (Sebeos) escribe en esta ocasión: “Hubo mucha alegría aquel día a su entrada en Jerusalén: ruido de lloros y suspiros, abundantes lágrimas, una inmensa llama en los corazones, un desgarramiento de las entrañas del rey, de los príncipes, de todos los soldados y habitantes de la ciudad; y nadie podía cantar los himnos del Señor a causa del grande y punzante enternecimiento del rey y de toda la multitud. El la restableció (la cruz) en su lugar y repuso todos los objetos eclesiásticos cada uno en su sitio, y distribuyó a todas las iglesias y a los moradores de la ciudad presentes y dinero para el incienso.”(3)

Es interesante notar que la victoria de Heraclio sobre los persas está mencionada en el Corán, donde leemos: “Los griegos fueron vencidos por los persas… pero después de su derrota los vencieron a su vez, pasados pocos años.” (4)

(1) Ese manifiesto se conserva en el Chronicon Paschale, p. 737-734. Su traducción completa al italiano se halla en A. Pernice. L’Impera-tore Eraclio (Florencia, 1905), p. 167-71.

(2) Esta fecha ha sido recientemente descubierta en el relato georgiano de Antíoco Estrategos, La toma de Jerusalén por los persas en 614, traducido por N. Marr (San Petcrsburgo, 1909) p. 65 (en ruso), y traducción inglesa de F. Conybcare en English Historical Review, tomo XXV (1910), p. 516.

(3) Sebeos, Historia del emperador Herraclio, traducida del armenio por Patkanov, capítulo XXIX, p. 111 (en ruso). Trad. del armenio y anotada por F. Macler (París, 1904). página 91. En la ultima frase arriba citada, los dos traductores, en vez de “presentes” dicen “bendición.” V. Kulakovski, t. III (Kiev, 1915), p. 118, (en ruso).

(4) Corán, XXX, i, sección titulada Los griegos.

La guerra pérsica de Heraclio representa para Bizancio una fecha trascendente de su historia. De las dos principales potencias que alegaban pretensiones universales en la Alta Edad Medía, es decir, Persia y Bizancio, la primera perdió entonces su importancia, trocándose en un Estado débil y dejando en breve de tener existencia política a consecuencia de las invasiones árabes. En cambio, el victorioso Imperio bizantino dio un golpe mortal a su sempiterno enemigo, recuperó sus perdidas provincias orientales, devolvió a la Cristiandad la Santa Cruz y todo ello mientras libraba a la capital de la formidable amenaza de las hordas ávaroeslavas. El Imperio bizantino parecía en la cúspide de su gloria y pujanza. El historiador italiano Pernice escribe al propósito: “En 629 la gloria de Heraclio está en su apogeo; la luz de su genio ha disipado la obscuridad suspendida sobre el Imperio; ante los ojos de todos parece abrirse una era gloriosa de grandeza y paz. El temido enemigo de siempre, Persia, está abatido en definitiva; en el Danubio, la potencia de los avaros declina rápidamente. ¿Quién, pues, podía resistir a las armas bizantinas? ¿Quién podía amenazar al Imperio?.” (1)

El soberano de la India envió a Heraclio una felicitación tras la victoria bizantina sobre los persas, remitiéndole a la vez gran cantidad de piedras preciosas. (2) Dagoberto, rey de los francos, expidió a Bizancio enviados extraordinarios y concluyó con Heraclio una paz perpetua. (3) Y en 630 Borana, reina de los persas, concluyó, parece que por oficios de un embajador especial, una paz en regla con Heraclio. (4)

(1) Pernice, ob. cit., p. 179.

(2) Teófanes, Chronographia, ed. de Boor, p. 335.

(3) Chronicarum quae dicuntur Fredcgarii Scholastid, IV, 62 (Man. Germ. Hist. Scriptores rerum merovingarum, t. II (1888), p. 131). V. también Gesta Dagoberti I. regís Francorum, 24 (Ibíd-, p. 409).

(4) Cronica Minora, I, trad. por I. Guidi {París, 1903), p. 26 (Corpus scriptorum christianoritm orientatium. Scriptores Syri, ser. III, t. (5) Agapio de Menbidj, Historia Universal, t. II (2), p. 453 (193), ed. por. Vasiliev. Patr. Orient., t. VIII (1912). Miguel el Sirio, trad. por A. Chabot, t. II, p. 420. V. T. Nóldeke, Geschtchte der Perser und Araber zur Zett der Sasaniden (aus Tabari) (Leipzig, 1879), p. 391-392. Del mismo: Aufsatze zur persischert Geschichte (Leipzig. 1887), p. 129.

Tras el feliz desenlace de la guerra persa, Heraclio, en 629, tomó por primera vez el nombre oficial de “basileo.” Tal nombre existía hacía siglos en Oriente, y sobre todo en Egipto, y desde el siglo IV habíase hecho corriente en las zonas de lengua griega del Imperio, pero sin ser reconocido todavía como título oficial. Hasta el siglo VII, el equivalente griego del latino “imperator” había sido la palabra “autocrator” , es decir, “autócrata,” que etimológicamente no correspondía al sentido de “imperator.” El único soberano extranjero a quien el emperador bizantino consentía en titular basileo era el rey de Persia (salvo también el remoto monarca abisinio). Bury escribe: “Mientras hubo en el exterior un gran basileo independiente del Imperio romano, los emperadores se abstuvieron de adoptar un título que hubieran compartido con otro monarca. Pero cuando ese monarca hubo sido reducido a la condición de vasallo dependiente y dejó de existir competencia entre ambos Imperios, el emperador indicó al mundo su victoria tornando oficialmente el título que oficiosámente se le daba siglos hacía.” (1) En las provincias recuperadas — Siria, Palestina, Egipto,— donde había una proporción dominante de monofisitas, se presentó otra vez el angustioso e importantísimo problema de la actitud del Gobierno hacia los monofisistas. Por otra parte, la larga y persistente lucha de Heraclio contra los persas, a pesar de su éxito final, produjo un momentáneo debilitamiento del poder militar del Imperio bizantino, como consecuencia de las fuertes pérdidas en hombres y dinero. Además, el Imperio no obtuvo el período de calma que necesitaba tanto. En efecto, a poco de la guerra pérsica apareció una amenaza formidable y completamente inesperada, cuya gravedad no se comprendió bien al principio: el peligro árabe. Los árabes abrieron una nueva era de la historia del mundo al invadir los territorios del Imperio bizantino y de Persia.

Gibbon habla de este empuje árabe en los términos siguientes: “Mientras el emperador triunfaba en Constantinopla o en Jerusalén, una obscura ciudad de los confines de Siria era puesta a saco por los sarracenos, quienes destrozaron los ejércitos que avanzaban en socorro de la población, incidente trivial e irrisorio de no haber preludiado una revolución formidable. Aquellos saqueadores eran los apóstoles de Mahoma, su fanático valor había surgido en el desierto, v en los últimos ocho años de su reinado, Heraclio perdió, a manos de los árabes, las mismas provincias que había obligado a los persas a devolverle.”(2)

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